20 de junio de 2013

De Religiones y Asociados...

Si se produjera una especie de apocalipsis el día de mañana, hasta el punto en que todo, y quiero decir TODO, vestigio de tecnología y cultura escrita desapareciera, ¿qué pasaría en el mundo? Concretamente, ¿qué pasaría con las religiones? 

Me apresuro a decir que no tengo intenciones de que tal cosa ocurra. Tampoco estoy planificando un apocalipsis (y de ser así, no será tan ingenuo como para publicarlo en este blog, y mucho menos en mi estado de Facebook, de lo contrario… ¿dónde quedaría el elemento sorpresa?).

Digamos que desaparece todo rastro escrito de religiones. Biblia, Corán, Talmud, blogs de paganismo, libros de New Age publicados por Llewellyn, escritos de Paulo Cohelo… ya saben, toda aquella información relacionada con religión y espiritualidad (aunque algunas relaciones puedan parecer algo forzadas).  Sin registros o guías escritas, ni evangelios ni fuentes reveladas a la humanidad – o archivos que guarden esta información, ¿significaría entonces que las religiones desaparecieron?

Para los optimistas, que siempre creyeron que las diferencias religiosas eran uno de los motivos principales de la discordia y que han sido defensores de la propuesta de “la religión es el opio del pueblo” (seguida de cerca por la postura de “todas las religiones están mal…TODAS, menos la mía”), les tengo la novedad de que no sé por cuánto tiempo les duraría la felicidad al ver a todo movimiento religioso desaparecido. Porque aunque las religiones antiguas desaparezcan, probablemente darán su lugar a otras nuevas.

Veamos,... no le tengo pleito a la religión como tal. Como idea, como origen, como concepto… no es algo que me genere conflictos internos. Todos  tenemos necesidades. Necesidades que deben y merecen  ser satisfechas (lo sé…para los que tienen la mente ágil y descubren el tono a curso de sexualidad en mis palabras, diez puntos).  Pero hablando ya en serio, tenemos necesidades físicas porque somos seres físicos. Tenemos necesidades de pertenencia y afecto porque somos seres sociales. Y tenemos necesidades espirituales porque somos seres espirituales. Conectar con la divinidad, con nuestra dimensión espiritual es algo que forma parte de nosotros. Es intrínseco. Negarlo es como negar que tengamos hambre o sed, o que tengamos ojos, nariz,  boca, dientes o un tercer pezón… (Para aquellos  que lo tengan…). Está ahí. Tratar de ignorarla no lo hará desaparecer. 

La religión nace como una forma de satisfacer tal necesidad. Usando esa introducción de “etimológicamente hablando…”, su función consiste en reconectar lo humano con lo divino, restablecer el lazo entre ambos.  Del mismo modo en que cuando tenemos hambre, necesitamos comer, y cuando tomamos agua es porque necesitamos beber, la religión – cualquiera– se plantea en un primer momento satisfacer el ansia y deseo espiritual.  El detalle es que por la naturaleza misma de la religión, creada por humanos, ésta tiene limitaciones. Incluso en las religiones “reveladas”, lo que se revela es el grupo de creencias, el fundamento o “esqueleto” por así decirlo, que nutre la religión o que sirve de base a la misma, pero los detalles diseñados por los humanos – como por ejemplo lo que pueden o no hacer los sacerdotes, monjas, o ministros en las diferentes  corrientes del Cristianismo – es otro asunto.  

 Todos los humanos tenemos nuestra cualidad única, por lo que, si bien en muchos casos infinidad de personas encontrará paz y satisfacción espiritual y una verdadera conexión con la Divinidad en la religión dentro de la cual ha sido educado, hay otros casos – muchos casos – en que reconocemos que la religión inculcada simplemente no termina de ayudarnos a conectar con esa chispa divina. Bien sea porque vemos el mundo en modo diferente. O porque tanto énfasis en determinado concepto nos parece absurdo. O porque la estructura de dicha religión nos parece cuando menos, cuestionable. O simplemente porque sentimos que hay algo que “no encaja”.  Tenemos nuestras razones. En tal caso, la búsqueda espiritual asume un rol clave, porque estamos cuestionando nuestras creencias sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Nos encontramos vulnerables. 

Puede que lleguemos a estar en contacto con otra religión que verdaderamente nos haga sentir conectados con lo Divino. En el paganismo  se escucha mucho esto – particularmente en el caso de la Wicca, moderna o tradicional -. Puede que experimentemos ese estado real de “llegué a mi hogar espiritual.” Es fantástico cuando tal vivencia tiene lugar y ocurre en un modo verdadero, cuando existe un verdadero sentido de “haber encontrado mi lugar en el mundo espiritual”. Esto sería diferente a  aquellos casos en que leemos sobre una religión por 2 semanas, decimos “ya encontré lo que buscaba”, practicarla un mes y luego dejarla para pasar a hacer lo mismo con otra religión. En este último escenario la búsqueda seguiría – y creo que es sumamente válido buscar, pero también es vital ser honestos con nuestra alma y permitirle que nos guíe en  el proceso, escuchando a la vez nuestra razón y aquellos que están dispuestos a apoyarnos en la búsqueda, aunque no tenga nuestro mismo punto de vista (esto en el caso de contar con la inmensa suerte de tener a alguien así a nuestro lado).  Esto también nos permite darle el lugar que se merece a nuestra exploración espiritual, reconociendo que forma parte importante de nuestra vida pero que no elimina automáticamente todos los demás aspectos de la misma (trabajo, familia, proyectos personales, amigos, etc.).  Mantener el contacto con estos elementos sería para algunos la primera línea de defensa para así no  terminar ingresando en una secta.

Pero bueno…para los que nos la pasamos buscando y aprendiendo bien, pero incluso habiendo encontrado esa religión que nos da la bienvenida, seguimos teniendo la sensación de ciertos elementos que no terminan de convencernos en su práctica, ¿qué queda?  Muchos optan por añadirle su “toque personal”, lo que lleva a hablar de las tradiciones o líneas dentro de la religión y a las  peligrosas aguas del  eclecticismo (admito que lo de “peligroso” se refiere más a la infinidad de susceptibilidades que se tocan aquí, aunque hay otros motivos).  Sí, sé que todo el mundo piensa en “Wicca!” aquí. Pero aunque sea el ejemplo más famoso y criticado en demasiados círculos de raje como para llevar la cuenta oficial, NO es el único caso sobre la faz de la Tierra.

 Más allá de si el grado de “pureza” llega a ser el motivo de debate, creo que también merece la pena evaluar la vivencia y la experiencia que tenemos ante una práctica ecléctica. ¿Realmente funciona lo que hacemos? ¿Se integra de manera orgánica y sana al cuerpo central de creencias? El “riesgo” del eclecticismo radica muchas veces en no saber cuándo parar. ¿Cuándo se trata de un sistema religioso con creencias claramente identificadas y definidas, que está recibiendo un “algo adicional” que lo potenciará, y cuándo se trata de una serie de añadidos tan grandes que terminan afectando el cuerpo original de las creencias, dando origen a algo claramente nuevo?  La validez necesita comprobarse. Creo que muchas tradiciones dentro de la Wicca, por ejemplo, han nacido en este modo, partiendo del proceso de experimentación para conectar con la divinidad, empleando nuevas técnicas pero conservando los mismos criterios espirituales que sustentan la religión. Pero a veces la nueva corriente adquiere una fuerza mayor a la de su predecesora y, mientras algunos no se complican la vida con esos temas, otros consideran que vale la pena respetar y dar a cada visión – la “original” y la “moderna”, su lugar. Otros se masacran física, mental y virtualmente, en defensa de lo que es “válido y real”. Aquí nos preguntamos, ¿qué tan cierto es cuando dicen que las segundas versiones no son tan buenas como la original? ¿Podemos ver esto en el mundo? ¿Cuándo se aplica? Aplicada al contexto religioso en general (no sólo wiccano, por favor) ¿qué pistas nos daría acerca del mundo en que vivimos actualmente?

¿Y qué hay de los que no siguen una religión determinada (de las tradicionales como el Catolicismo o de las modernas, como la Wicca) pero tienen un concepto y una vivencia de lo espiritual válida y coherente? ¿Acaso es absolutamente indispensable identificarse como miembro de una religión X o Y? Aquí es donde se reafirma el hecho de que la religión es sólo UNA forma, no la única forma, de desarrollar el aspecto espiritual en nuestra vida. Cierto que da sus ventajas y beneficios únicos (estoy hablando en este momento de los practicantes mágicos, que tienen el respaldo de la corriente energética de su religión apoyándolos en sus prácticas, por si acaso), pero no seguir una religión específica también es un camino válido. Más allá de la “fiebre ecléctica”, que funciona en un modo completamente diferente, no es la primera vez que pueden seguirse sistemas espirituales que no necesariamente son religiones. El chamanismo es uno de ellos. Ciertas formas de brujería también se encuentran aquí. Para los que elegimos este camino, la experimentación y el cuestionamiento juegan muchas veces un rol aún mayor. 


Por lo que, de vuelta al ejemplo del supuesto apocalipsis cultural, parte de la reconstrucción de la sociedad incluiría en algún nivel el elemento espiritual. Bien como algo aceptado por todos, o bien como algo “marginado”. Las necesidades espirituales siguen presentes porque forman parte de quienes somos. En todo caso, lo que puede ser alterado, controlado – lo  que es más susceptible a nuestro control, y lo que muchas veces causa más de un dolor de cabeza – es la forma en que expresamos nuestra espiritualidad. Son formas humanas. Contienen sabiduría pero en ningún modo son perfectas, y no podemos achacarle toda la responsabilidad de lo que hagamos, pues por más mandamientos y redes y normas que hayan, las decisiones finales son nuestras. Lo que no siempre tiene que ser algo fatídico y lúgubre. 

Practicante de artes mágicas 

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