Si se produjera una especie de
apocalipsis el día de mañana, hasta el punto en que todo, y quiero decir TODO,
vestigio de tecnología y cultura escrita desapareciera, ¿qué pasaría en el
mundo? Concretamente, ¿qué pasaría con las religiones?
Me apresuro a decir que no tengo
intenciones de que tal cosa ocurra. Tampoco estoy planificando un apocalipsis
(y de ser así, no será tan ingenuo como para publicarlo en este blog, y mucho
menos en mi estado de Facebook, de lo contrario… ¿dónde quedaría el elemento
sorpresa?).
Digamos que desaparece todo
rastro escrito de religiones. Biblia, Corán, Talmud, blogs de paganismo, libros
de New Age publicados por Llewellyn, escritos de Paulo Cohelo… ya saben, toda
aquella información relacionada con religión y espiritualidad (aunque algunas
relaciones puedan parecer algo forzadas).
Sin registros o guías escritas, ni evangelios ni fuentes reveladas a la
humanidad – o archivos que guarden esta información, ¿significaría entonces que
las religiones desaparecieron?
Para los optimistas, que siempre
creyeron que las diferencias religiosas eran uno de los motivos principales de
la discordia y que han sido defensores de la propuesta de “la religión es el
opio del pueblo” (seguida de cerca por la postura de “todas las religiones
están mal…TODAS, menos la mía”), les tengo la novedad de que no sé por cuánto
tiempo les duraría la felicidad al ver a todo movimiento religioso
desaparecido. Porque aunque las religiones antiguas desaparezcan, probablemente
darán su lugar a otras nuevas.
Veamos,... no le tengo pleito a
la religión como tal. Como idea, como origen, como concepto… no es algo que me
genere conflictos internos. Todos
tenemos necesidades. Necesidades que deben y merecen ser satisfechas (lo sé…para los que tienen la
mente ágil y descubren el tono a curso de sexualidad en mis palabras, diez
puntos). Pero hablando ya en serio, tenemos
necesidades físicas porque somos seres físicos. Tenemos necesidades de
pertenencia y afecto porque somos seres sociales. Y tenemos necesidades
espirituales porque somos seres espirituales. Conectar con la divinidad, con
nuestra dimensión espiritual es algo que forma parte de nosotros. Es
intrínseco. Negarlo es como negar que tengamos hambre o sed, o que tengamos
ojos, nariz, boca, dientes o un tercer
pezón… (Para aquellos que lo tengan…).
Está ahí. Tratar de ignorarla no lo hará desaparecer.
La religión nace como una forma
de satisfacer tal necesidad. Usando esa introducción de “etimológicamente
hablando…”, su función consiste en reconectar lo humano con lo divino,
restablecer el lazo entre ambos. Del
mismo modo en que cuando tenemos hambre, necesitamos comer, y cuando tomamos
agua es porque necesitamos beber, la religión – cualquiera– se plantea en un
primer momento satisfacer el ansia y deseo espiritual. El detalle es que por la naturaleza misma de
la religión, creada por humanos, ésta tiene limitaciones. Incluso en las
religiones “reveladas”, lo que se revela es el grupo de creencias, el
fundamento o “esqueleto” por así decirlo, que nutre la religión o que sirve de
base a la misma, pero los detalles diseñados por los humanos – como por ejemplo
lo que pueden o no hacer los sacerdotes, monjas, o ministros en las
diferentes corrientes del Cristianismo –
es otro asunto.
Todos los humanos tenemos nuestra cualidad
única, por lo que, si bien en muchos casos infinidad de personas encontrará paz
y satisfacción espiritual y una verdadera conexión con la Divinidad en la
religión dentro de la cual ha sido educado, hay otros casos – muchos casos – en
que reconocemos que la religión inculcada simplemente no termina de ayudarnos a
conectar con esa chispa divina. Bien sea porque vemos el mundo en modo
diferente. O porque tanto énfasis en determinado concepto nos parece absurdo. O
porque la estructura de dicha religión nos parece cuando menos, cuestionable. O
simplemente porque sentimos que hay algo que “no encaja”. Tenemos nuestras razones. En tal caso, la
búsqueda espiritual asume un rol clave, porque estamos cuestionando nuestras
creencias sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Nos encontramos
vulnerables.
Puede que lleguemos a estar en
contacto con otra religión que verdaderamente nos haga sentir conectados con lo
Divino. En el paganismo se escucha mucho
esto – particularmente en el caso de la Wicca, moderna o tradicional -. Puede
que experimentemos ese estado real de “llegué a mi hogar espiritual.” Es
fantástico cuando tal vivencia tiene lugar y ocurre en un modo verdadero,
cuando existe un verdadero sentido de “haber encontrado mi lugar en el mundo
espiritual”. Esto sería diferente a
aquellos casos en que leemos sobre una religión por 2 semanas, decimos
“ya encontré lo que buscaba”, practicarla un mes y luego dejarla para pasar a
hacer lo mismo con otra religión. En este último escenario la búsqueda seguiría
– y creo que es sumamente válido buscar, pero también es vital ser honestos con
nuestra alma y permitirle que nos guíe en
el proceso, escuchando a la vez nuestra razón y aquellos que están
dispuestos a apoyarnos en la búsqueda, aunque no tenga nuestro mismo punto de
vista (esto en el caso de contar con la inmensa suerte de tener a alguien así a
nuestro lado). Esto también nos permite
darle el lugar que se merece a nuestra exploración espiritual, reconociendo que
forma parte importante de nuestra vida pero que no elimina automáticamente
todos los demás aspectos de la misma (trabajo, familia, proyectos personales,
amigos, etc.). Mantener el contacto con
estos elementos sería para algunos la primera línea de defensa para así no terminar ingresando en una secta.
Pero bueno…para los que nos la
pasamos buscando y aprendiendo bien, pero incluso habiendo encontrado esa
religión que nos da la bienvenida, seguimos teniendo la sensación de ciertos
elementos que no terminan de convencernos en su práctica, ¿qué queda? Muchos optan por añadirle su “toque
personal”, lo que lleva a hablar de las tradiciones o líneas dentro de la
religión y a las peligrosas aguas del eclecticismo (admito que lo de “peligroso” se
refiere más a la infinidad de susceptibilidades que se tocan aquí, aunque hay
otros motivos). Sí, sé que todo el mundo
piensa en “Wicca!” aquí. Pero aunque sea el ejemplo más famoso y criticado en
demasiados círculos de raje como para llevar la cuenta oficial, NO es el único
caso sobre la faz de la Tierra.
Más allá de si el grado de “pureza” llega a
ser el motivo de debate, creo que también merece la pena evaluar la vivencia y
la experiencia que tenemos ante una práctica ecléctica. ¿Realmente funciona lo
que hacemos? ¿Se integra de manera orgánica y sana al cuerpo central de
creencias? El “riesgo” del eclecticismo radica muchas veces en no saber cuándo
parar. ¿Cuándo se trata de un sistema religioso con creencias claramente
identificadas y definidas, que está recibiendo un “algo adicional” que lo potenciará,
y cuándo se trata de una serie de añadidos tan grandes que terminan afectando
el cuerpo original de las creencias, dando origen a algo claramente nuevo? La validez necesita comprobarse. Creo que
muchas tradiciones dentro de la Wicca, por ejemplo, han nacido en este modo,
partiendo del proceso de experimentación para conectar con la divinidad,
empleando nuevas técnicas pero conservando los mismos criterios espirituales
que sustentan la religión. Pero a veces la nueva corriente adquiere una fuerza
mayor a la de su predecesora y, mientras algunos no se complican la vida con
esos temas, otros consideran que vale la pena respetar y dar a cada visión – la
“original” y la “moderna”, su lugar. Otros se masacran física, mental y
virtualmente, en defensa de lo que es “válido y real”. Aquí nos preguntamos,
¿qué tan cierto es cuando dicen que las segundas versiones no son tan buenas
como la original? ¿Podemos ver esto en el mundo? ¿Cuándo se aplica? Aplicada al
contexto religioso en general (no sólo wiccano, por favor) ¿qué pistas nos daría acerca
del mundo en que vivimos actualmente?
¿Y qué hay de los que no siguen
una religión determinada (de las tradicionales como el Catolicismo o de las
modernas, como la Wicca) pero tienen un concepto y una vivencia de lo
espiritual válida y coherente? ¿Acaso es absolutamente indispensable
identificarse como miembro de una religión X o Y? Aquí es donde se reafirma el hecho de que la religión es sólo UNA forma, no la única forma, de desarrollar el aspecto espiritual en nuestra vida. Cierto que da sus ventajas y
beneficios únicos (estoy hablando en este momento de los practicantes mágicos,
que tienen el respaldo de la corriente energética de su religión apoyándolos en
sus prácticas, por si acaso), pero no seguir una religión específica también es un camino válido. Más allá de la
“fiebre ecléctica”, que funciona en un modo completamente diferente, no es la primera vez que pueden seguirse sistemas
espirituales que no necesariamente son religiones. El chamanismo es uno de
ellos. Ciertas formas de brujería también se encuentran aquí. Para los que elegimos este camino, la experimentación y el cuestionamiento juegan muchas veces un rol aún mayor.
Por lo que, de vuelta al ejemplo
del supuesto apocalipsis cultural, parte de la reconstrucción de la sociedad
incluiría en algún nivel el elemento espiritual. Bien como algo aceptado por
todos, o bien como algo “marginado”. Las necesidades espirituales siguen
presentes porque forman parte de quienes somos. En todo caso, lo que puede ser
alterado, controlado – lo que es más
susceptible a nuestro control, y lo que muchas veces causa más de un dolor de
cabeza – es la forma en que expresamos nuestra espiritualidad. Son formas
humanas. Contienen sabiduría pero en ningún modo son perfectas, y no podemos
achacarle toda la responsabilidad de lo que hagamos, pues por más mandamientos
y redes y normas que hayan, las decisiones finales son nuestras. Lo que no
siempre tiene que ser algo fatídico y lúgubre.
Practicante de artes mágicas
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