“¿Qué estoy diciendo? Estoy diciendo que algunas ficciones podrían tener a un dios real oculto bajo la superficie de la página. Estoy diciendo que algunas ficciones podrían estar vivas…Eso estoy diciendo”
En este tiempo que llevo
estudiando y practicando magia, hay un elemento que, en retrospectiva al menos, considero que se ha
mantenido presente a lo largo de los años en mi vida. Me refiero a mi
concepción del mundo espiritual y mi relación con el mismo.
Cuando comencé mis estudios,
estaba terminando el colegio. Educado en colegio católico (como muchos otros
que recorremos este sendero), la verdad no me había puesto a considerar en los
elementos religiosos de la magia. Sabía que existía, o mejor dicho lo intuía. Me
parecía natural. Me interesaba conocer más al respecto y sentía particular
afinidad por la temática de la brujería – por algún motivo, la práctica de la
magia más Ceremonial no se sentía totalmente “cómoda” en aquel periodo, si bien
la encontraba fascinante. Pero mi interés finalmente se centraba en los
criterios más “técnicos”: prácticas, técnicas, tradiciones, explicaciones,
fundamentos y posibles teorías que pudieran ayudar a poner en práctica el
trabajo mágico. Me causaba fastidio ver que la mayoría de información que
encontraba hablaba de lastimar a otros, pues tenía la certeza de que si tales
artes podían usarse para el mal, también podían usarse para el bien , una
certeza que sólo adquirió firmeza gracias a las conversaciones que tuve con
algunos amigos de mi familia, incluyendo una religiosa, quien en modo bastante
casual compartió conmigo varias ideas sobre las formas en las cuales canalizar
las habilidades mágicas y psíquicas en beneficio de otros. Esto último me hizo
entender también que el trabajo mágico/psíquico no es patrimonio exclusivo de
un solo grupo, si bien algunos están más abiertos que otros a la idea de
abrazarlo.
Como es natural, llegué a los
textos y sitios web de paganismo, la Wicca y los dioses. Admito que mi primera
reacción fue de sorpresa al ver que los dioses a los que había conocido de niño
a través de libros de mitología (otra de mis aficiones) estaban presentes en
tales prácticas. Como buen monoteísta, no me sentía cómodo pensando en trabajar
con otros dioses, seres con quienes no
había cultivado antes una relación
(ahora que lo pienso, no recuerdo haber dudado de sus existencias, lo que tal
vez se relacionaba con las preguntas que
me formulé cuando niño sobre la relación entre los dioses del Olimpo y Dios
durante mis clases de religión. Por supuesto, no llegó a ser una pregunta
formulada en voz alta – hasta donde recuerdo, al menos). Igualmente, si había aprendido bien la
lección de los mandamientos, la idea de trabajar con otros dioses era
simplemente algo que no se hacía. Era un tabú.
Claro está, una de las certezas
del mundo es que como humanos somos capaces de encontrar maneras de ir tras
aquello que anhelamos en un modo u otro. De este modo, me enfoqué en la
técnica. Busqué formas de trabajo que no incluyeran dioses paganos. A Dios, en
su imagen convencional, nunca lo vi como “problema” o “barrera” para practicar
magia. Nunca encontré sentido en que la Fuerza que había creado todo se
opusiera a que usáramos nuestros talentos para crear algo que nos beneficie o
beneficie la vida de otros. Sin embargo,
con cada acto de magia que realizaba, mi
concepto de lo divino se transformaba y fue algo que sólo percibí después de
algunos años.
Asignar a Dios el rostro que
tradicionalmente se nos había enseñado se me hacía cada vez más difícil. No era ya tanto el Padre, sino también la
Madre, el Hermano, la Hermana… Conectar con su Esencia, no se sentía difícil.
Sólo que se sentía más abstracto. Era esa Fuerza y Energía – cualquiera que sea el nombre –
que inundaba y atravesaba todo, manteniendo el funcionamiento de todas las
cosas y existiendo en cada uno de nosotros. Pero también tenía más facetas, más
rostros… de este punto, el pensar en los dioses antiguos como posibles rostros
de la Divinidad era sólo cuestión de tiempo. Se presentaba un escenario en el
cual la Divinidad existía en diferentes rostros e infinitos fragmentos –
algunos más grandes, otros más pequeños, todos con una chispa igual de
importante – y en donde el conflicto de “quién es real versus quién no lo es”
parecía haber perdido sentido.
A lo largo de estos años he leído
diferentes posturas acerca de los dioses dentro del paganismo. He leído la
explicación de los arquetipos (que considero puede hacer más daño que bien si
se intenta abordar un concepto tan fundamental en un modo demasiado simple) y
la de manifestaciones humanas de Fuerzas primarias. Algunos adoran a estas
Fuerzas. Otros Wiccanos se declaran ateos, considerando que no hay sentido en
adorar estas figuras que son portales hacia vastos poderes universales. Otros
brujos consideran a los dioses como entidades independientes, aunque no siempre
coinciden en el punto de adorarlos.
Pero considero que hablar de los
dioses y de la divinidad es un tema que se basa en la vivencia en lugar de la
creencia. En mi experiencia, parecen ir más allá del simple “constructo
energético gigante”. Tal vez lo sean, pero hay demasiados detalles y sutilezas
que me hacen dudar de la visión de “los dioses fueron completamente creados por
el hombre”. Igualmente, hay una Fuerza que conecta a todos, dioses y hombres,
ángeles y demonios, hadas y ancestros, animales, plantas y minerales. Esa
Fuerza tal vez preceda todo lo
existente, pero tiene una Consciencia
manifiesta en la existencia.
Dudo haber llegado a mi destino
final en este sendero. Como dije antes, la práctica mágica nos transforma y transforma
nuestra relación con lo divino. Las relaciones se desarrollan, expanden y
cambian por la vida que hay en sus integrantes y en ellas mismas, y el mundo
espiritual es tan vivo como el cotidiano. Así de simple.
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